Qué significa un examen y cómo enfrentarlo de forma positiva
Nos tendríamos que remontar al latín para poder conocer el origen de esa palabra que, tradicionalmente, nos inflige tanto respeto y en ocasiones nos hace entrar en pánico: EXAMEN.
La palabra examen en latín hacía referencia a la aguja de una balanza, con lo que el verbo examinarse hacía referencia a pesarse, medirse. Realmente, el significado de la palabra no solo sigue conservándose, sino que se ha ampliado adquiriendo más peso, valga el juego de palabras.
En el ámbito académico, un examen no deja de ser una prueba escrita u oral que se realiza para demostrar la suficiencia en una materia determinada o la aptitud para cierta actividad o cargo. De manera tradicional, los exámenes son las herramientas que se han usado y se siguen usando para medir la adquisición de competencias por parte del alumnado, entendiendo las competencias en el entorno del campo educativo como la aplicación creativa, flexible y responsable de conocimientos, habilidades y actitudes. En esto se está trabajando en el marco internacional como objetivo común en Educación.
Estamos entrando en una tesitura en la que la Educación va avanzando pero no así los métodos de evaluación como parte esencial en el proceso de aprendizaje de los estudiantes. Tanto es así, que por una parte, nos vamos dando cuenta que la metodología tradicional de enseñanza, en la que el profesor imparte una clase magistral con sus alumnos en silencio y escuchando las explicaciones que da, quizás, no es la mejor forma de que los alumnos puedan adquirir las competencias. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que sin saber aplicar una serie de conocimientos (habilidades) con buena motivación (actitud) NO se pueden aprender conocimientos. Los estudiantes deben participar, deben pensar, deben crear, deben aplicar. Si dejamos a los alumnos que realicen todas estas acciones verbales de verdad, serán alumnos motivados. Esta es la filosofía que seguimos en el CBS, The British School of Seville. Clases participativas, dinámicas donde el estudiante es el protagonista y no así el profesor como en la vieja escuela. De modo que el profesor tiene un papel de guía, establece una ruta determinada que los alumnos deben seguir, y que les conduce al aprendizaje significativo de los contenidos.
Aunque ya los grandes organismos y las voces más reconocidas en el mundo de la Educación coinciden en esta idea, aún seguimos midiendo las competencias solo con pruebas escritas u orales. ¿Es la mejor forma? Obviamente, no. En una prueba meramente escrita, no podemos darnos cuenta si el alumno sabe aplicar los conocimientos, sabe poner ejemplos o simplemente no sabemos si los relaciona con su día a día. Así, el alumno por ejemplo, puede saber perfectamente cuál es el concepto de desnaturalización de las proteínas. Se puede preguntar en un examen y encontrar respuestas con verdadero detalle por parte de estudiantes que ni siquiera tienen 16 años. El problema es que cuando comen un huevo frito no saben que la clara (altamente proteica) cambia de color y textura debido a este proceso físico. En esto es lo que debemos incidir. Por ello, las pruebas que realizamos en nuestro centro tanto a nivel interno como a nivel externo, a través de la prestigiosa plataforma examinadora Cambridge, son pruebas en las que se pone a prueba a los alumnos estudiando casos cotidianos, situaciones reales y familiares para que puedan aplicar los conocimientos adquiridos en clase. Así, consideramos que los contenidos aprendidos no están vacíos y contienen un gran componente práctico con gran aplicabilidad.
Tenemos que concienciar tanto a nuestros alumnos como a profesores y padres de que un examen se trata solo de una situación que pone a prueba lo trabajado durante muchos días en el curso. Tienen que considerarlo como un ejercicio más en el que se pone a prueba lo que han aprendido. ¿De una forma injusta? Pues un poco, porque están sujetos a que situaciones emocionales, personales o del entorno, enturbien un tanto la creatividad y capacidad en el día de la realización de la prueba.
Por ello:
- Tranquilidad
- Responsabilidad
- Seguridad
- Concentración
- Respeto (No miedo)
Son las cinco palabras que no deben faltar nunca a un estudiante a la hora de hacer un examen. Mientras que:
- Nervios
- Ansiedad
- Inseguridad
- Agobio
- Miedo
Son el abanico léxico sobrante.
Ahora que estamos en período de exámenes, es el momento de aplicar las primeras cinco y sacar de nuestra mente las últimas.
Jesús Marín Guerrero
Exams Officer/Students Records Officer
Departamento de Expedientes y Convalidaciones